¿A quién se le ocurre esa pregunta?. La respuesta para muchos es inmediata: emprender, y parece lo más lógico. Los esfuerzos y las privaciones del emprendimiento son ejemplares. La falta de dinero, las contrataciones, los clientes que cambian de parecer, los sacrificios, esperarse para que todos cobren antes, los problemas con los socios y la larga lista de sin sabores y dificultades parece que hacen que la pregunta parezca ociosa.

Además, la estadística lo demuestra. La tasa de falla de las empresas es tal que muy pocas apenas si llegan al primer año y menos aún al quinto o al décimo año.

Todo esto apunta a una mucha mayor dificultad en el lugar de los emprendedores que en el de los herederos. Pero la moneda tiene otra cara. En el momento de tomar la empresa, típicamente el heredero no pasó por el proceso de formación paulatino y progresivo que pasó el fundador. No tuvo la oportunidad de aprender poco a poco la parte técnica, las ventas, la administración y todas las prácticas de cómo opera la empresa.

El emprendedor tuvo todo el tiempo para ir poco a poco probando, conociendo a los clientes, estudiando sus reacciones, preferencias y preocupaciones. Vió nacer también a los competidores y vió morir algunos, y de eso también aprendió. La estrategia y los planes el emprendedor los trae en su cabeza, nítidos, clarísimos. Él los inventó e implementó.

El talento empresarial se fue nutriendo, leyendo, platicando, escuchando al mercado y a la economía, a sus colegas; probando y equivocándose hasta lograr la empresa como está hoy.

El heredero se encuentra generalmente con menos talento y perspicacia de negocios que el fundador que lo ha acumulado durante toda la vida. De entrada se va a enfrentar a un monstruo de dos cabezas que busca devorarlo; adentro los ejecutivos que lo cuestionan y desafían y afuera el mercado, los clientes y la competencia que no piden ni dan cuartel.

El heredero y ahora con más frecuencia la heredera, se encuentra, en teoría, con la mesa servida, la empresa funcionando, ganando dinero, estable o en crecimiento pero con la meta muy definida y el negocio en marcha.

La mesa está ciertamente servida, pero por otro chef, completamente distinto y con otros gustos y habilidades.

El primer obstáculo del heredero es con frecuencia el fundador, que quiere seguir operando y no deja campo al que quiere aprender. Si el fundador se las vió my complicadas para hacer crecer la empresa, el heredero por su parte, se enfrenta a la humillación frecuente, voluntaria o involuntaria por parte del fundador. Cambio de decisiones, reclamos públicos y a veces, regaños.

Una vez le pregunté al director de una empresa familiar que cómo había llegado él, entre sus numerosos hermanos y primos a dirigir el negocio y la respuesta fue: “muy fácil, yo fui el único que aguantó a mis papás y a mis tíos, el único que no salió corriendo después de las regañadas y humillaciones. A mí no me escogieron, yo me lo gané, porque me quedé”.

Las expectativas que se tienen del emprendedor son mínimas, todo mundo sabe que está haciendo su máximo esfuerzo y con esta perspectiva tiene un gran campo de maniobra. Del heredero se esperan maravillas, lo complicado ya lo hizo el viejo, ahora todo está de “bajadita”.

Pero con frecuencia el campo de maniobra se agotó en el tiempo en que el fundador ya no innovaba pero no dejaba a nadie hacer cambios y ahora tiene que reaccionar con mucha rapidez para compensar el tiempo perdido y con mucho menos conocimiento del mercado y del negocio.

Como declaró recientemente un empresario regiomontano “Siempre al ser hijo de fulanito, nadie lo aprecia, hasta que uno está sólo, la gente se da cuenta de quién es esa persona”.

El fundador no tiene problemas familiares en el negocio, como él hizo el capital, el lo reparte a su gusto y conveniencia. El heredero sí tiene en ese campo un problema muy importante. Lo que al empresario no se atrevía nadie a cuestionarle es tema de distracción para el heredero, que no es el dueño absoluto del capital ni decide qué hacer por su cuenta. Esta toda la familia y “las almohadas parlantes” para vigilarlo.

El emprendedor deja de herencia también en la organización a personas que ya no son los mejores perfiles para las nuevas circunstancias de la empresa, pero que como acompañaron al fundador en las épocas difíciles son protegidos del dueño, son inamovibles y con frecuencia hostiles al nuevo jefe, que por supuesto “no le llega a Don Fulano ni a los talones”.

A veces la pregunta ya no parece ociosa, cuando los herederos o el heredero se dan cuenta del problema que van a tener cuando finalmente se hagan cargo de la empresa, y las consecuencias de las decisiones del fundador se van haciendo patentes, entonces heredar y ser exitosos también tiene su chiste.